tEncontrar la luz en una época oscura se puede lograr mediante diferentes estratagemas. Una de ellas es añadir brillo a tu vida y, si es posible, a la vida de los demás. La pura frivolidad superficial no excluye la reflexión. E incluso sucede que la superficie en cuestión refleja la luz de maravilla. No es Mallarmé quien dirá lo contrario, él que en 1874 fue efímero redactor jefe (y único colaborador) de una asombrosa gaceta escrita La última moda, en el que se complacía en describir los tejidos y sus efectos en una semántica compleja. Reflejos plateados o dorados, muaré y destellos cautivan al simbolista y, en ocasiones, se presentan como un remedio para la sombra que avanza.
Hay que decir que este efecto iridiscente siempre ha fascinado a la gente. Ya en el antiguo Egipto, algunos, para hacerlo suyo, trituraban los escarabajos, unos insectos cuyo caparazón tiene la particularidad de polarizar la luz y dar a sus colores un brillo metálico. En distintas épocas y en distintos lugares del mundo se han colocado frecuentemente sobre la ropa pequeños trozos de metales más o menos preciosos. Reflejar la luz, pero también, obviamente, mostrar su riqueza.
El efecto brillante y reluciente, Es ante todo una característica de los tejidos lujosos: gasa, tafetán, brocado, terciopelo… Pronto se realza con lentejuelas o pedrería. A principios del 20mi siglo, los chicos dan prioridad a estos últimos, a riesgo de engordar considerablemente sus trajes de noche. El siglo que nació fue el del espectáculo: ya sea de día o de noche, se trataba más que nunca de captar la luz e impresionar la imagen. Está Hollywood, su “edad de oro” y los diferentes tipos de glamour deslumbrante que inventó. Mucho más tarde, habrá discoteca que brillará y abrazará la pista de baile.
De David Bowie a Mariah Carey
En la década de 1970, el reinado de Brillantinaliteralmente “brillar”, “relucir”. También será, en 2001, el título de Un enorme nabo que relata los inicios de la cantante Mariah Carey, que en la película actúa exclusivamente con una gruesa línea de lentejuelas en el hombro o en el pecho. Un guiño, quizás, al glam rock o al relámpago tricolor que brillaba en el rostro de David Bowie en su época. Aladdin cuerdo.
Al borde de la infancia y la fantasía, hay algo de cuento en estos efectos y reflejos iridiscentes. Pináculo del género: los vestidos Peau d’âne, por supuesto. En el cuento de Perrault, la princesa, para escapar de la unión incestuosa que su padre quiere imponerle, la engaña pidiéndole lo inalcanzable: un vestido del color del tiempo, luego un vestido del color de la luna, y finalmente un vestido. “aún más brillante”, color del sol.
Galas, cada una más brillante que la otra, en la magnífica adaptación cinematográfica realizada por Jacques Demy, en 1970. Para crear el inolvidable vestido de color de la época, el diseñador de vestuario de la película, Agostino Pace, lo hizo confeccionar, en estilo Luis XV. con un lienzo de pantalla de cine. Una pieza extremadamente pesada, sobre la que un técnico proyectaba imágenes de nubes en movimiento sobre un cielo despejado. Algunas estratagemas para brillar son más elaboradas que otras.