contraCon el corazón roto, Aldo Cipullo, hijo de una familia de joyeros italianos emigrados a Nueva York, diseñó en 1969 la que sería una de las joyas modernas más famosas: el brazalete Cartier Love. Una pulsera ovalada y unisex formada por dos arcos rígidos que se pueden abrir o cerrar con un destornillador y que son imposibles de poner o quitar solos. Hombres o mujeres, todo Hollywood está enamorado de esta pulsera sin arabescos ni destellos. Símbolo de un amor tan sólido como inquebrantable que, en plena revolución sexual, toma prestado paradójicamente del mundo del cautiverio: las esposas, por supuesto, o el brazalete de esclavo.
Hay que decir que las joyas han sido una muestra de amor o posesión en Occidente durante siglos, lo que históricamente en ocasiones podría equivaler a lo mismo. “ La esposa da testimonio poético de la riqueza y el poder del marido”. Escribió cortésmente Roland Barthes en 1961 en un texto titulado “Joyas y Joyas”. En realidad, “pulsera”, “anillos”, “cadena” o “collar”: el campo léxico de la joyería se une a veces al de la detención. La literatura y la poesía de fin de siglo, cuya imaginación está llena de piedras preciosas y donde el lujo y la lujuria van a menudo de la mano, supieron trazar un paralelo entre las joyas y los hierros.
Las galas son una inversión inicial imprescindible para las damas de honor que brillan con sus joyas… anunciando posibles disfrutes. Dentro El hombre de la pulsera (1900), cuento del parnasiano Jean Lorrain, un pintor que se hace pasar por una prostituta de ropa ante el cliente (a quien tiene toda la intención de desnudar) mostrando en su ventana su único brazo afeitado y delicadamente rodeado por un brazalete dorado. Los poetas del siglo emergente pronto preferirán la piedra en bruto, el guijarro, su apariencia desnuda, afilada e infértil, a las joyas de los simbolistas y decadentes.
Los tiempos han cambiado y las joyas con ellos. Se están democratizando. Es la llegada de la bisutería, tan querida por Gabrielle Chanel. Ya no es sólo una cuestión de precio. Así, para Barthes, la joya se somete “a otra forma de discriminación: la del gusto, del que la moda es precisamente juez y guardiana”. Se observa entonces una inversión de valores: los adornos demasiado pesados, demasiado vistosos quedan desacreditados y, “Para que una joya cara sea de buen gusto, su riqueza debe ser discreta, sobria, visible por supuesto, pero sólo para los que saben”. La joya, sin embargo, conserva su aura, que sin duda debe tanto a Eros como a Thanatos. Por su puño icónico Hueso diseñado para TiffanySe dice que la diseñadora italiana Elsa Peretti se inspiró en sus escapadas infantiles a la cripta romana de los Capuchinos, un lugar mítico que alberga los huesos de casi cuatro mil monjes que murieron entre los siglos XVI y XIX.